martes, 14 de abril de 2015

inéditos


para las que creen,
para las que luchan,
para las que aman,
para Las Abuelas
Las Madres Las Hijas
Las Nietas que
venga ese abrazo
Muy cerca de mi casa, de mi casa de la infancia, la casa de mi abuela, había un bosque, todo el pueblo lo llamaba el monte del hospital, porque entre los árboles hay un gran hospital, pero era un bosque, de árboles muy grandes, muy viejos y también jóvenes de toda especie un bosque no organizado por el hombre, un bosque salvaje caótico. Me encantaba ir ahí. Mirarlos. Aprender a silbar imitando el canto de los pájaros. Y mirarlos. Esos Árboles tienen en todo su cuerpo la memoria de cientos de años o miles, testigos de mi primer beso, de tantos rezos, de cuántas promesas y de muertes. Me gustaba mirarlos, como se mira el mar o la corriente del rio, mirarlos con la humildad que se siente ante lo inmenso, ante lo verdaderamente Divino. Mirarlos y tratar de entender lo que me decían con el sonido y el movimiento de sus hojas y ver, cómo lentamente, tan lentos como mi nona se levantaba de la silla del patio, levantaban sus raíces del suelo y en esa hondura de hierba de hiedra, empezaban a caminar. A caminar hacia mi y a abrazarme. Me duele tanto el incendio de los bosques, que me dan ganas de llorar.
marzo 2015